A Vidal Valle Ortí, mi padre.

Por ser siempre tan importante. Por ser

siempre y un referente y un punto de partida.

Sin una visión tan amplia y global de lo que me rodeaba, como la que, gracias a él,

tuve la oportunidad de tener,

no habría llegado nunca hasta aquí, su compañía, su confianza,

su ejemplo y su cariño desmedido fueron siempre una suerte enorme.

Pero sobretodo,  por estar siempre vivo en mi memoria.

A mis dos hijas; Irene y Vida.

A Ire por ser tan maravillosa, por ser tan increible, por suponerlo

todo para mi y por ser el comienzo de todo lo bueno de verdad que

he tenido en la vida.

A mi gorrión, por venir a cerrarlo todo, por ser tan especial

en todos los sentidos, por hacerme sentir tan orgulloso y

por recordarme tanto a mi padre.

Gracias hijas mías.

A María Ángeles Pechuán Albiñana, mi madre.

Por quererme siempre tanto, por tu cariño desmedido, por siempre tener para mí una palabra de ánimo y de apoyo

y por estar siempre a mi lado.

Gracias mami.

A Irene Sanmiguel Mínguez

Por compartir tu vida conmigo, por darme dos hijas maravillosas

y por enseñarme lo que es querer de verdad.

A Vicente Pastilla por enseñarme lo que es la Albufera de Valencia.

A Olguita, Jose Luis y Teresa por ser mi familia cubana y a Rafael, Lesnay y Yolanda por acompañarme durante todo el tiempo que viví en La Habana.

A Susana, Paloma, Ana, Brendan, el Nano Jordana y todos mis íntimos amigos por acompañarme siempre en todo y hacerme sentir siempre tan bien.

Pero de una forma muy especial quiero agradecerles su ayuda a todas las personas que han aparecido en mis fotografías en todos estos años en Ruanda, India, Cuba, Tibet, Etiopía y otros muchos países.

A Sagrario Larralde, Carmen Olza y al resto de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana con las que estuve viviendo en la Misión de Kivumu en Giseny, en la frontera entre Ruanda y el Congo, fue sin duda alguna la experiencia más maravillosa de mi vida.

A la gente del Sudoku en Cuba, a la de las colinas de Ruanda y en los campos de refugiados de el Congo, a los pescadores de la Albufera y a la gente que vive en La Habana en la cuadra de la calle Lealtad, entre Reina y Zanja, a todos ellos gracias por enseñarme su mundo.

A Vicente Vicent, Julio Larramendi, Liborio Noval, Roberto Salas, a la CAM y todas la entidades que me ayudaron a publicar el libro de «Memorias de la Albufera».